sábado, 20 de agosto de 2016

LOS CICLOS VITALES DE LA VIDA

LOS CICLOS VITALES DE SIETE AÑOS




 LA VIDA tiene una evolución interna, y conviene conocerla. Cada siete años, según dicen los fisiólogos, el cuerpo y la mente atraviesan una crisis y un cambio. Cada siete años todas las células del cuerpo cambian, se renuevan totalmente. De hecho, si vives setenta años, la media de edad, tu cuerpo muere diez veces. Al séptimo año cambia todo, es igual que las estaciones. En setenta años se completa el ciclo. La línea que empieza en el nacimiento llega hasta la muerte, y en setenta años se cierra el círculo. Hay diez divisiones. De hecho, la vida del hombre no se debería dividir en infancia, juventud, vejez… eso no es muy científico, porque cada siete años comienza un nuevo ciclo, se da un nuevo paso.

Durante los primeros siete años, el niño está centrado en sí mismo, es como si fuese el centro de la existencia. Toda la familia se mueve alrededor de él. Todas sus necesidades deberán ser cubiertas inmediatamente, de lo contrario, tendrá una rabieta, un enfado, ira. Vive como un emperador, un verdadero emperador; todos están para servirle, su madre, su padre y el resto de la familia sólo existen para él. Y, por supuesto, él piensa que esto también sucede con el resto de la existencia.   Al cabo de siete años, hay un progreso. El niño ya no es el centro; se vuelve literalmente excéntrico. Excéntrico es una palabra que significa «salirse del centro». Se dirige hacia los demás. Los demás se convierten en el fenómeno importante: los amigos, las pandillas... Ahora, ya no está tan interesado en sí mismo, sino en el resto, en el mundo exterior. Comienza la aventura de descubrir quién es el «otro». Comienza la indagación.

A partir de los catorce años se abre una tercera puerta. Ya no le interesan los niños, las niñas ya no están interesadas en las niñas. Son amables pero no les interesa. Por eso, la amistad que surge entre los siete y los catorce años es la más profunda, porque la mente es homosexual, y, en la vida no volverá a tener una amistad como ésta nunca más. Serán amigos para siempre, el vínculo es muy profundo. Te harás amigo de otras personas pero serán conocidos, y no el profundo fenómeno que sucedió entre el séptimo y decimocuarto año. Después del decimocuarto año al niño ya no le interesan los demás niños. Si todo va con normalidad, si no se ha atascado en ninguna parte, empezarán a interesarle las niñas.  Cuando un niño empieza a interesarse por las niñas es cuando realmente se interesa por lo opuesto, el verdadero otro. Cuando una niña se empieza a interesar por un niño, aparece el mundo. El decimocuarto año es el de la gran revolución. El sexo madura, uno empieza a pensar en términos de sexo; las fantasías sexuales comienzan a destacar en los sueños. El niño se convierte en un gran donjuán, empieza a cortejar. 
  Surge la poesía, el romance. Empieza a entrar en el mundo.
Pero, si todo va con normalidad y la sociedad no ha obligado al niño a hacer algo que no es natural, cuando llega a los veintiún años el niño empieza a tener más interés por la ambición que por el amor. Quiere tener un Rolls Royce, un gran palacio. Quiere triunfar, ser un Rockefeller, un primer ministro. Las ambiciones cobran mayor importancia; las cosas que le preocupan son los deseos de futuro, el éxito, cómo triunfar, cómo competir, cómo desenvolverse en la lucha. Ahora no sólo está entrando en el mundo de la naturaleza sino que está entrando en el mundo de la humanidad, de la calle. Ahora está entrando en el mundo de la locura. 

El mundo se convierte en lo más importante. Todo su ser sale al mundo, al dinero, al poder, al prestigio.De los veintiuno a los veintiocho años vive la aventura; al llegar a los veintiocho años, se vuelve más consciente de que no puede satisfacer todos los deseos. Hay una mayor comprensión de que muchos deseos son imposibles.  Están más interesadas en la seguridad y el confort, y menos en la aventura y la ambición. Empiezan a sentar la cabeza. El vigesimoctavo año es el fin del hippismo. A los veintiocho años los hippies se vuelven carrozas, los revolucionarios ya no son revolucionarios; empiezan a sentar la cabeza.

A los treinta y cinco años de vida la energía alcanza su punto omega. El círculo está medio completo y las energías empiezan a declinar. Ahora el hombre no sólo está interesado en la seguridad y el confort, ahora se vuelve un conservador, un ortodoxo. Ya no sólo no le interesa la revolución, sino que se vuelve antirrevolucionario. Ahora está contra los cambios, es un conformista. Está contra las revoluciones, quiere un estatus quo porque se ha asentado, y si las cosas cambian, eso trastocará toda su vida. Ahora está en contra de los hippies, de los rebeldes, realmente se ha vuelto parte del sistema. Al llegar a los treinta y cinco años uno debe volverse parte del mundo convencional.




Se empieza a creer en la tradición, en el pasado, en los Vedas, en el Corán, en la Biblia. Uno está en contra del cambio porque cualquier cambio trastoca tu vida, y ahora tienes mucho que perder. No puedes estar a favor de la revolución, quieres proteger lo que tienes... Estás a favor de la ley, de los tribunales y el gobierno. Ya no eres un anarquista; estás a favor del gobierno, las leyes, los reglamentos, la disciplina.

A partir de los cuarenta y dos años empiezan a aparecer todo tipo de enfermedades físicas y mentales, porque ahora la vida está declinando. Todo se dirige hacia la muerte. Del mismo modo que al principio tu energía iba aumentando y te sentías cada vez más vital, enérgico, te hacías cada vez más fuerte, ahora sucede justo lo contrario, cada día estás más débil. Pero la costumbre continúa. Hasta los treinta y cinco años has estado comiendo bastante, pero si continúas haciéndolo ahora, tu hábito hará que empieces a engordar. Ahora ya no necesitas tanta comida. Antes la necesitabas pero ahora no, porque tu vida se dirige hacia la muerte, ya no necesita tanto alimento. Carl Gustav Jung escribió que había observado a lo largo de toda su vida que las personas que iban a verle y tenían alrededor de cuarenta años siempre necesitaban una religión. Y sólo es el principio de tu interés. De hecho, a los cuarenta y dos empiezas como un niño en el mundo de la religión y sólo te quedan veintiocho años.

A los cuarenta y nueve años la búsqueda se aclara; han pasado siete años hasta que se ha aclarado. Ahora tomas una determinación. Ya no estás interesado en los demás, y especialmente si todo ha ido como debería ser —y tengo que repetir esto una y otra vez, porque nunca va como debería—, a los cuarenta y nueve años te dejan de interesar las mujeres. Y a las mujeres les dejan de interesar los hombres; la menopausia, los cuarenta y nueve años. El hombre no se siente sexual. Ahora ese asunto te parece un poco infantil, un poco inmaduro.  A los cuarenta y nueve años... del mismo modo que a los catorce años aparece el sexo naturalmente, a los cuarenta y nueve años remite naturalmente. Es inevitable porque se tiene que cerrar el círculo.



A los cincuenta y seis años vuelve a haber un cambio, una revolución. Ahora ya no basta con mirar hacia el Himalaya; debes viajar de verdad, debes ir. La vida se está acabando, la muerte se aproxima. A los cuarenta y nueve años uno pierde el interés por el otro sexo. A los cincuenta y seis años uno pierde el interés por los demás, la sociedad, los actos sociales, el club. A los cincuenta y seis años uno debería renunciar a ser miembro de cualquier club; ahora te parece absurdo, infantil. A los cincuenta y seis años uno debería ser lo suficientemente maduro como para salirse de todos los compromisos sociales. ¡Se acabó! Has vivido bastante, has aprendido bastante; ahora le das las gracias a todo el mundo y te sales.

A los sesenta y tres años empiezas a volverte de nuevo como un niño, sólo estás interesado en ti mismo. Eso es la meditación, avanzar hacia dentro como si todo lo demás hubiese desaparecido y no existieses más que tú. Te has vuelto de nuevo un niño, pero enriquecido por la vida, muy maduro, comprensivo, y con una gran inteligencia. Te vuelves de nuevo inocente. Empiezas a avanzar hacia dentro. Sólo te quedan siete años, y tienes que prepararte para la muerte. Tienes que estar listo para morir. Y ¿qué significa estar listo para morir? Estar listo para morir significa morirte celebrando. Morir con alegría, felicidad, estar dispuesto a morir, darle la bienvenida, eso es estar listo. Dios te ha dado una oportunidad de aprender, y lo has aprendido. Ahora te gustaría descansar. Te gustaría ir a tu casa definitiva.



 Has pasado aquí una temporada. Has vagado por una tierra desconocida, has vivido con extraños, has amado a desconocidos y has aprendido mucho. Sesenta y tres es el momento en el que uno se encierra completamente en sí mismo. Toda la energía va cada vez más hacia dentro, se vuelve hacia dentro.

Cuando llegas a los setenta estás listo. Si has seguido la evolución natural, entonces, justo antes de tu muerte, nueve meses antes de tu muerte, te darás cuenta de que se está aproximando. Del mismo modo que el niño tiene que pasar nueve meses en el útero de la madre, el mismo ciclo se vuelve a repetir completamente, absolutamente. Nueve meses antes de que llegue la muerte te darás cuenta. Ahora, vuelves a entrar en el útero. Este útero ya no es la madre, este útero está en tu interior.  Para este proceso natural no necesitas tener futuro. Tienes que vivir este momento naturalmente. El momento siguiente surgirá solo. Igual que un niño crece y se convierte en un muchacho; sin tener que planearlo, simplemente cambia, es natural, sucede. Igual que un río fluye y se convierte en el océano —del mismo modo—, tú fluyes y llegas al final, al océano.  Estará agradecido a todo lo que le ha sucedido, bueno y malo, correcto o incorrecto, porque ha aprendido en todas las situaciones. No sólo de lo correcto, sino también de lo incorrecto; ha aprendido de los sabios que se ha encontrado, pero también ha aprendido de los pecadores, sí, de ellos también. Todos ellos le han ayudado. Le han ayudado las personas que le han robado, y le han ayudado las personas que le ayudaron. Le han ayudado los amigos, le han ayudado los enemigos; todas las cosas le han ayudado.


 El verano y el invierno, la saciedad y el hambre; todo. Puedes estarle agradecido a todo. Cuando estás agradecido a todo y estás preparado para morir, la muerte se vuelve hermosa al celebrar esta oportunidad que se nos ha brindado. La muerte ya no es el enemigo, es el mejor amigo porque es la culminación de la vida. Es lo máximo que se puede alcanzar en la vida. No es el final de la vida, es el punto culminante. Crees que es el final porque nunca has sabido qué es la vida; para quien conoce la vida, éste es el punto culminante, la cumbre, la cima más alta. La muerte es la culminación, es la realización. La vida no se acaba con ella, en realidad, la vida empieza a florecer con ella; es la flor. Para poder conocer su belleza hay que estar preparado para la muerte, hay que aprender ese arte.

Osho.-




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