martes, 23 de agosto de 2016

LIBRES PARA ELEGIR







                                                                             LIBRES PARA ELEGIR


Betty Friedan se preguntaba por qué las mujeres viven más años que los hombres y llegó a la conclusión de que es precisamente esta capacidad para crear y mantener los vínculos, y sobre todo de mantener relaciones de intimidad, lo que diferencia el grado de longevidad de unas y otros. La intimidad permite sentirse parte de una comunidad y proporciona un inestimable sentimiento de pertenencia que resulta un elemento fundamental también en la vejez. No se trata de que las mujeres nazcan con una capacidad innata para la intimidad, sino que la socialización de género que ha favorecido las conductas de cuidado, atención y crianza, se convierte, en la vejez, en una baza positiva para la vivencia de la edad mayor.  Todo ello no impide que las mujeres reivindiquen la soledad como una necesidad y un placer, valorándola como un logro en la vejez. Se produce, pues, la combinación entre el arte del disfrute de la soledad como tiempo de silencio y reflexión –espacio y tiempo jamás anteriormente disfrutado como propio– y el arte de la “compañía a distancia”, con la familia y las amigas.

 La soledad permite tomar las riendas del día a día, poner orden. Es una tentación para las personas que han vivido demasiado acompañadas y apenas han dispuesto de tiempo y espacio para sí. Carolyn Heilbrun la describe como una experiencia placentera para aquellas personas que, además de tener “tiempo”, tienen “mundo”. Por otra parte, las mujeres mayores son las principales consumidoras de cultura: compran y leen libros, van al cine y al teatro, asisten a conferencias y debates, a cursos para mayores, etc. Son la audiencia de una gran cantidad de actividades culturales comunitarias y de ahí extraen una fuente importante de implicación, conversación y comunicación.


Este acceso silencioso e imparable de las mujeres mayores a una vida pública y cultural, aunque sea como participantes no actoras, supone una ruptura respecto a su anterior circunscripción al mundo privado y solitario del hogar. A todo ello suelen acudir normalmente solas o en compañía de otras, sin pareja masculina, quienes se muestran poco interesados por tales actividades culturales o, simplemente, ya no existen en la vida de ellas. La mayor longevidad de las mujeres no se concreta en un mejor estado de salud en la vejez, al contrario, su salud percibida es claramente peor que la de los hombres de la misma edad. Sin embargo, su actitud activa frente a la salud es un elemento fundamental cuando son mayores. A pesar de que han vivido una historia de alienación con su cuerpo que normalmente las ha perjudicado en términos de salud, y a pesar también de la poca atención real que les muestra la clase médica, las mujeres mayores tratan de mantenerse activas y saludables. Hacen ejercicio físico, cuidan su alimentación, se intercambian informaciones, se transmiten advertencias contra los engaños de las industrias cosméticas y farmacéuticas, crean redes de médicas y médicos que las escuchan y atienden. 
La experiencia de opresión y estigmatización que sufren algunos colectivos les permite desarrollar determinadas fortalezas y capacidades para enfrentarse con éxito a los retos del día a día. Las mujeres a lo largo de los años han desarrollado numerosas estrategias de supervivencia que tienen su origen en su condición de personas privadas de poder personal, social, político y económico y que yo denomino estrategias de las oprimidas. Tal precariedad les ha obligado a aguzar sus dotes naturales, definidas con frecuencia como “intuición” o “sexto sentido” y que casi siempre suelen referirse a las relaciones interpersonales, pero también suponen un cuestionamiento de un orden social que las margina y en muchos casos les permite mejorar su posición personal y social . 
Estrategias que Dolores Juliano denomina “cuestionamientos invisibles”, porque basan su eficacia precisamente en esta condición de invisibilidad y a través de las cuales las mujeres acatan formalmente unas normas sociales que posteriormente quebrantan para la consecución de objetivos que desde la ética del cuidado ellas consideran justos y necesarios .
Uno de los mandatos que marca la vida de las mujeres es el de mostrar la identidad femenina por encima de todo, concretada en tres imperativos: belleza, sumisión y heterosexualidad. Tal definición de la feminidad, como atributo únicamente posible en la juventud, niega a las mayores el derecho a ser definidas como “mujeres” más allá de la menopausia. Una de las grandes libertades conquistadas por ellas, a partir justamente de la mediana edad, es la de no tener que hacerse pasar por mujercitas y poder, finalmente, deconstruir el modelo social de la feminidad y mostrarse como seres individuales y libres.


 El humor con que ellas miran su vida, su cuerpo y sus relaciones en la edad mayor es un elemento que escapa a la investigación gerontológica tradicional. Según Carolyn Heilbrun, las mujeres mayores se ríen en el reconocimiento de dos elementos que son la base de su felicidad actual: la independencia (la libertad conquistada a partir de la superación de los estrechos límites de la feminidad marcados por el patriarcado) y los lazos femeninos (la seguridad derivada de la vinculación con otras mujeres, justamente desde esta libertad). 
El humor cambia a lo largo del ciclo vital y supone una muestra de sabiduría: han aprendido a responder con humor a la desigualdad y la injusticia a través de la compasión, más que de la ira .




Anna Freixas Farré .-
Universidad de Córdoba 

No hay comentarios:

Publicar un comentario



... ya transitan por mi sendero, los invito a conversar!