lunes, 29 de agosto de 2016

EL REGALO DE LOS SENTIDOS







                                   EL REGALO DE LOS SENTIDOS


La mayoría de las  personas han sido dotadas con el don de los sentidos para captar el mundo exterior a través de ellos. Es así como se es capaz de admirar la belleza de un paisaje,  saborear un manjar o estremecerse ante los acordes de una música especial.
Los sentidos son, como su nombre lo indica, las grandes  antenas con las que captamos los estímulos, tanto positivos como negativos,  venidos del mundo exterior. La piel capta el  roce de una caricia, como el desagradable piquete de una avispa. El olfato percibe una delicada fragancia o un desagradable olor.
Todo lo que el cerebro registra a través de los sentidos, pertenece al mundo de la sensualidad. Y todas las personas desarrollan uno de sus sentidos en particular. Es así como muchas personas tienen más aguda la audición, o a lo mejor el olfato, o quizá el gusto o el tacto como sucede con los no-videntes.


Los sentidos muestran a cada persona su forma individual de captar el mundo y hacerse un concepto del mismo. La piel es el sentido más grande, pero a lo mejor los ojos son los más poderosos, o quizá el oído es el más perceptivo.

El placer definido como la posibilidad de experimentar los estímulos agradables que los sentidos ofrecen puede ser del orden sensual o sexual. Pueden existir placeres sensuales no sexuales, como el saborear una comida, disfrutar el aroma de una flor o hacerse un masaje en la cabeza. 
La frontera entre ambos es muy sutil y tiene un contenido que la identifica y depende de aspectos como su intención y  localización. En la medida en que somos capaces de concientizarnos sobre nuestra sensualidad, mayor capacidad tenemos de disfrutar el placer que los sentidos nos ofrecen. 

Morder una fruta jugosa, por ejemplo, puede contener solamente el deseo de comer,  o además el saborear su aroma, su suavidad o la dulzura de su pulpa.
Diferenciamos el placer sexual,  si además de sensual,  tiene un contenido erótico. Lo aceptamos como agradable,  si el estímulo proviene de la persona que nos agrada, si nos lo proporcionamos nosotros mismos (auto estimulación) o si, proviniendo del medio exterior, tiene el contenido y calidad  que despierta el instinto sexual.
Por decir algo, a una persona se le antoja que la forma de una nube en el cielo parece un cuerpo desnudo, mientras a otra le puede parecer las puntas de una montaña. A una persona, dos hermosas naranjas pueden sugerirle dos senos de mujer, mientras a otra, solo dos frutas colocadas una al lado de la otra.
La sensualidad es pues, a criterio de cada quien, una puerta abierta para poner los sentidos al servicio y acomodo de lo que cada quien, en infinidad de posibilidades, quiera adaptar. Las llamadas zonas erógenas, generales a todas las personas, no necesariamente son las únicas donde el placer sexual responde y se acomoda. 


Cada parte del cuerpo es una posibilidad de respuesta incluyendo aquellas que por alguna razón de “civilización” terminamos olvidando. Ejemplo: las axilas y los pies.
En estas partes existe una extrema sensibilidad que a veces asociamos con cosquillas u otra sensaciòn poco agradable, por lo que las  terminamos excluyendo. Cualquiera que sea la localización de las sensaciones placenteras, por cualquiera de nuestros sentidos, puede transformarse, si así se desea,  en parte de un conjunto de placeres eróticos de mayor o menor intensidad, muchas veces condicionada a los permisos que la mente, o los valores,  o los miedos nos den.
Mucha gente solo hace el acto sexual, llegando a la penetración demasiado pronto. A lo mejor la fuerza del deseo así lo demanda, pero nunca la satisfacción tendrá la misma calidad ni la misma intensidad. Visto de esta manera, la penetración solo resuelve la urgencia de eyacular, acto que se convierte en algo meramente instintivo y reproductivo.
Todo encuentro sexual tendría que ser una abundante y generosa recreación por el placer que cada sentido es capaz de proporcionar, introduciendo en el menú sexual de cada pareja lo que sus gustos y preferencias le sugieran.
La verdad es que la ley del placer es simple y a la vez muy compleja: a mayor cantidad de estímulos sensuales, mayor placer. 



Auxiliadora Marenco.-
Psicòloga

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